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LA MUERTE Y EL SOLDADO

La historia republicana del Perú en los años 20, muestra a los pueblos del Perú profundo como pueblos militarizados, tal es el caso de Quispicanchi y Canchis Sicuani. Donde estuvo la compañía militar del Mariscal Agustín Gamarra.
Narciso, un joven apuesto y galán de Sicuani, fue capturado en una leva para servir a su patria. Ya en el Cuartel pasó sus días de perro y recluta, haciendo labores militares tan duros e insoportables, siempre acompañado por los castigos de los soldados antiguos y de la baja (cabos y sargentos que están de salida) que hacían desertar a sus compañeros de promoción.
Sin embargo, Narciso soportó todo como un verdadero canchino, más aún jamás olvidaría a su prometida Asunta; mujer que vivía en la zona de Trapiche, de ojos claros y sonrisa de lucero, amable y cariñosa muy distinta a las rabonas de esos tiempos. Doncella con quién disfrutaba de los mejores paisajes de Sicuani (Huyurmire, Aguas Calientes, río Vilcanota, Suyuy Pampacucho).
Así después de seis meses de internado, convertido en soldado de la Infantería del Ejército Peruano, salió en su primer día de franco bien uniformado y con el corte militar en alto. Este sin escatimar tiempo y espacio en rumba al lado de su amada y añorada Asunta.
Durante la noche, por el camino estrecho junto a la línea férrea pasó sin novedad el cementerio, su pensamiento estaba sólo en su prometida, de quién no sabía nada por más de seis meses. La noche era lóbrega pero sus ojos dominaban y se imponía a tal situación, divisando Trapiche su cuerpo se llenaba más y más de ansias y de pasión, sus pasos eran más ligeros como del puma hambriento, que se desliza tras su presa sin importarle cualquier obstáculo.
La noche era de Narciso y de Asunta, dos corazones que hablaron y recordaron muchas cosas al compás de la salida de la Luna. La noche se hizo clara como si la luna también se encontrara con sus viejos amigos, pero sin embargo las horas avanzaban sin compasión, Narciso tenía que regresar al Cuartel. Cuando ésta de retorno son las 11.45 de la noche, su preocupación era llegar al Cuartel, ya que la puerta a esas horas está cerrada y a él le están considerando como falta y tardón. La luna en lo alto combate con las nubes, el viento suave del río roza su cara, pero eso no le importa, sigue avanzando hacia el portón antiguo del cementerio, se adentra a la línea férrea y continua caminando, su cuerpo por momentos presiente algo, hay sudor frío y suave en su frente, sus palabras ya no suenan, sus ojos sólo ven las chispas que salen de su kepí. En el momento que pasaba el portón se le cruzó un bulto negro y grande, se vieron cara a cara, la Muerte tenía los pómulos sobresalientes y bailaban con el viento, los ojos hundidos y quebrantados, sin nariz, su boca estaba llena de fuego, vestía un hábito negro con puntos blancos maltratado y desgastado por los pies, con cordones y nudos gruesos por la cintura.
El soldado reaccionó buscando piedras para su defensa y no halló ninguna, por el contrario hacia el lugar donde cruzó la Muerte se escuchaba los pasos y deslizamientos de piedras que ocasionaba al caminar, desde allí gritaba con una voz entrecortada y maldiciendo: ¿por qué no caminas silbando o cantando a estas horas? ¡Si Uds., saben que a las doce de la noche es la hora de las almas! ¡Yo, me estuve salvando de todo mis pecados! ¡Y ahora por tu culpa soldado de nuevo empezaré con mi condena! ¡Maldito seas, maldito sea el uniforme que levas! Gritando repetía varias veces, mientras que el soldado apenas avanzó unos cuántos metros y cayó al suelo sin fuerzas y votando espuma por la boca, se arrastró y luchando a pura fuerza llegó a su casa y sólo atino a rascar la puerta cual si fuese un perro manso.
En la casa todos dormían, su madre escuchó los rasguños en la puerta y llamó a sus sobrinos que dormían ahí. Juan, Alberto ¿para qué han dejado a los perros afuera? Y estos contestaron que no hicieron tal cosa, la señora insistió y ellos también escucharon que alguien rasgaba la puerta. Saltaron de la cama y salieron a ver, en la puerta encontraron al soldado tirado todo pálido y moribundo. Los muchachos le reconocieron y gritaron: Mamá, Mamá es el tío Narciso, entonces todos salieron a socorrerle desesperados mientras el soldado no reaccionaba, solo sus ojos estaban abiertos y lagrimeaban, de su boca salía espuma.
Por la madrugada los familiares fueron a comunicar lo sucedido al Cuartel de donde salió una comitiva, entre ellos un médico que no pudo hacer nada. Mientras los familiares por recomendación de un vecino visitaron a un alto Misayoq (Sacerdote Andino) de la zona de San Pablo, quien por las súplicas y ruegos de la madre accedió a visitar al moribundo soldado. Éste apenas miró los ojos del paciente dijo: Tuvo un encuentro con la otra vida (la Muerte). Inmediatamente consultó con las hojas sagradas de la Coca e invocó a sus dioses andinos para que el soldado se salvara, pero el Alto Misayoq apenado indicó: A las doce de la noche fue el encuentro, a esa misma hora sabremos si vive o se nos muere; por el momento está vivo gracias a su uniforme y a la Cruz que llevaba en el cuello, sino, hubiera sido llevado vivo por la Muerte. Ordenó que se le dé mates de hierbas santas y sahumerios.
Aquella noche todos esperaron rezando la hora indicada y cuando eran las doce en punto de la noche efectivamente el soldado Narciso se movió y llamó a sus familiares y compañeros del Cuartel. Todos agradecieron con mucha alegría al Señor de los cielos y abrazaron al soldado que se había salvado gracias a su uniforme bendecido por la Virgen de la Merced patrona del Ejército Peruano.

2 comentarios :

  1. mi estimado amigo ese cuento lo lei en el libro de sr. beto candia, no deberias poner como fuente su nombre y su libro?!

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    1. ASi es, el reconocimiento y creditos estan en la portada principal, saludos.

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