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EL HOMBRE DE LOS DIENTES DE ORO ( Qhapaq Qori kiruyuqmanta)

En las comunidades alto andinas de la provincia de Quispicanchi todavía existían las grandes haciendas ganaderas, como la de Ccapana y Lauramarca. Eran los años 50 cuando estaban en pleno auge y prosperidad, ya que solventaban con las provisiones de carcasas (carne de ovino y/o alpacas) a los grandes centros mineros del país, como: * Puerto Maldonado, Puno, Arequipa, Ayacucho y Huancavelica. 

Los hacendados, personas ricas, que sólo buscaban satisfacer necesidades suntuarias con collares, pulseras, aros relojes bañados en oro, así como utensilios de casa, pero lo que más diferenciaba la posesión económica del resto era mostrar una sonrisa brillosa, de oro puro. Sin embargo el oro de los dientes del hacendado, cuando se encontraba amargo y sometiendo a los castigos infernales a los uywa micheq (pastores de rebaño), se convertían en erupciones volcánicas con reflejos de rayos o illapas. 

Así pues, un hacendado ricachón tenía los dientes de puro oro, que era la envidia de muchos pobres. Un día el hacendado llegó a su hacienda desde la ciudad (montando) a caballo y acompañado por su mayordomo, con algunas provisiones para su estadía, era el mes de las cosechas o esquila (octubre y noviembre), y como de costumbre toda su gente lo recibía con respeto y atención, desde el humilde estanciero (uywa micheq) hasta su capataz. 

Transcurría ya más de una semana de permanencia en su hacienda, cuando el hacendado ordenó que se preparará un banquete con participación de las hijas más bonitas de los pastores. Para la fiesta se prepararon exquisitos asados, lechones y otros potajes con papas y morayas. Todo era alegría, y el hacendado No dejaba de manosear los cuerpos tiernos de las humildes campesinas. Aquel día en el momento que éste devoraba las carnes, se atragantó y cayó al suelo cogiéndose el cuello, con los ojos dilatados y lacrimosos, mirando fijamente a sus invitados que por miedo y desesperación no hicieron nada. 

El cuerpo del hacendado quedó tendido e inerte en el suelo, algunos invitados y el mayordomo lo levantaron asustados a una mesa y lo cubrieron con una manta hasta que traigan su ataúd. 

Aquel día muy pocos pastores lloraron al enterarse de la muerte de su patrón, la mayoría sintió alegría, ya que había muerto el abusivo. En aquellos tiempos los runas ignoraban sobre la velación de los muertos por 24 horas y cumpliendo la orden del hacendado de ser enterrado en sus tierras, esa misma tarde colocaron el cuerpo aún caliente en el ataúd y lo enterraron. No hubo llanto pero si mucho aguardiente, cigarrillos y coca. En la noche después de haber regresado del entierro los runas seguían bebiendo de alegría o de pena, mientras dos jóvenes campesinos que eran pongos de la hacienda animados por los tragos y atraídos por los dientes de oro, deciden profanar la tumba; consiguen martillo, alicate y una linterna, para el miedo aguardiente, coca y cigarrillos. 

Después de mucho esfuerzo logran abrir el ataúd, uno de ellos alumbra con la linterna y el otro abriendo la boca del cadáver golpea con el martillo los dientes de oro, caen 203 dientes, y sigue golpeando, en eso, con el movimiento escapa de la boca del cadáver un pedazo de carne que se encontraba atascado en su garganta; el hacendado ya respirando normalmente se sienta en su ataúd con la boca sangrando y con los ojos bien abiertos. Esto causó espanto y miedo a los amigos que gritando como fieras salvajes cada uno salió corriendo con diferentes rumbos, dejando sus herramientas y dientes abandonados. 

Mientras el hacendado con vida y recuperado de los golpes en la boca se dirige a su hacienda, ingresa al cuarto donde están los runas bebiendo, hablando y otros durmiendo por efectos del alcohol. Fue grande la sorpresa y susto de los runas al ver en la puerta a su patrón con los cabellos parados, la boca sangrando y polvoriento, y en el estado en que se encontraban reaccionaron de una manera salvaje y brutal, creyendo que Dios había hecho regresar al Satanás a este mundo por sus culpas y pecados, gritando con palos, lazos, piedras, picos y otras herramientas le golpearon hasta matarlo de verdad, vano fueron sus gritos de misericordia y súplica. 

Los runas embravecidos por el alcohol cuidaron el cuerpo toda la noche, al día siguiente lo enterraron en el mismo lugar y a más profundidad, lo hicieron aplastar con piedras grandes y con cruces de chonta para que nunca más vuelva a salir. 

Desde aquel día cada mes de octubre cuando la noche está densa se ve una luz de fuego en el lugar donde fue enterrado el hacendado, algunos afirman que se trata de sus dientes de oro que brillan, otros dicen que son los tesoros del hombre que murió golpeado por los uywa micheq de Ccapana.

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